jueves, 28 de octubre de 2010

sorpresas en el barrio

La mía es una calle de galerías.
Dr. Fourquet, así se llama la calle, abarca sólo dos cuadras separadas por una pequeña ronda que tiene una fuente de agua en medio. Al estar situada casi inmediatamente atrás del museo Reina Sofía, supongo, resulta comprensible que al salir de mi edificio, cada mañana, tenga dos galerías de arte a mi derecha y tres a mi izquierda; además de dos tiendas de ropa, una floristería y un bar que hace esquina, esto último nada de raro, hay bares en todos los rincones de España. Pero en lo que me fijé con mayor atención cuando me mudé a vivir acá, hace ya un buen rato, fue en la librería de la otra esquina, la que está al llegar a Argumosa -calle emblema del barrio-, justo de cara a la pileta.
“La libre”, como fue bautizada, es pequeña pero con vitrinas vistosas y ordenadas con estilo propio, solía tener una buena selección de novedades editoriales y ciertos libros de fondo indiscutibles, más alguna rareza que ofrecer a lectores omnívoros o bien pretenciosos, o las dos cosas. Ahora, desde hace pocos meses, es una cafetería. Con libros, pero cafetería. Una cafetería modernilla, al estilo berlinés, un collage de muebles y accesorios. Y con libros. Con libros de segunda mano, eso sí, la mitad casi en inglés, también best sellers olvidados, saldos desteñidos que se escaparon de la trituradora de papel, ediciones baratas de tapa dura y, si uno observa con atención, uno que otro ejemplar que resulta ser toda una sorpresa –parecen reclamar su rescate de entre los demás-, y no sólo por el precio.

Una de estas sorpresas me la encontré hace un mes o así. Ya venía dándole vueltas a un título que vi muy bien reseñado en un par de sitios web, Maletas perdidas, la primera novela del catalán Jordi Puntí, a quien jamás había leído y aún no me decidía a leer, con lo que cuesta hacer un espacio entre las siempre infinitas lecturas pendientes. Ese día vi en la vitrina de “La libre”, sin embargo, un libro suyo. No era la novela: era un conjunto de cuentos llamado Animales tristes. Le pedí a un camarero que me enseñara el libro y, no sin dificultad, lo extrajo de la vitrina, miré el precio, una ganga, y me lo llevé.
Los animales tristes de Puntí resultaron ser parejas que se separan, que se pierden, que se quedan juntos como si estuviesen solos, y viceversa, que se mienten y se dicen la verdad, personas que aprenden a encajar los golpes y a darlos, personas que no se complementan, que no conectan pero que se necesitan, historias de amor y de su contrario, que en este caso nunca es el odio (¿el desamor, el tedio?), pero que poseen una suerte de denominador común en cuanto a tema, estructura, personajes y estilo, lo que confiere al volumen un gusto final más a novela que a cuentos, aunque lo que queda, sobre todo, es una voz, la de su autor, una prosa donde se intuye una marca propia detrás de la sobriedad y distancia con que está escrita.
El mismo día que lo acabé, me hice con su flamante Maletas perdidas, en las que me encuentro metido ahora y comentaré, espero, al final de sus 450 páginas.
Este último libro, dicho sea de paso, ya no hubo manera de conseguirlo en la librería de la esquina.

lunes, 25 de octubre de 2010

ganas de más

La historia de un hombre que no paró de correr. La historia de un atleta, claro, pero sin olvidar que un atleta es siempre más que sólo eso, más que un deportista, sobre todo en el caso del checo Emil Zátopek, el corredor de fondo que batió todos los récords, que de algún modo inventó una forma inimitable de correr, de enfrentar las carreras, en medio de una convulsa Checoslovaquia primero invadida por los nazi y después por los soviéticos, con un leve respiro durante la Primavera de Praga. Zátopek corría como si se fuese a acabar el mundo, con la cara desencajada, haciendo aspavientos con los brazos y meneando la cabeza, dando zancadas irregulares, ignorando las técnicas del atletismo profesional, sin más técnica en realidad que la dictada por él mismo. Y así ganaba todo, con ventajas humillantes sobre sus adversarios, con una facilidad pasmosa. Un hombre que tal vez veía en el acto de correr una forma de libertad ante los numerosos sistemas de control que había en su país y en el mundo.
Su historia no es trágica ni tampoco divertida. Es excepcional, eso sí. Algo que en gran parte me atrevo a aseverar después de leer la intensa y breve novela del francés Jean Echenoz, quien escribe este relato de fondo como si fuese un sprint, del mismo modo como el propio Emil enfrentaba sus carreras: podía tener los 10 mil metros o la maratón (42 kms) por delante y, sin embargo, corría como si fuese una prueba de velocidad, desconcertando a sus oponentes, desafiando a las capacidades humanas, y, por supuesto, ganando invariablemente. Echenoz, por su parte, con un estilo seco que más bien resulta depurado, recrea 40 años de vida y de historia a la velocidad de un rayo, en esta falsa biografía llena de verdad, llena de humanidad y sentimientos aunque nunca se los nombre.


Correr es fascinante, absorbente, de escritura apasionada y apasionante, dan ganas de leer la novela más lento de lo que se lee, de quedarse un rato más con cada párrafo, con cada prueba que gana Emil, “la locomotora humana”, lo apodaban. En Checoslovaquia lo consideraron héroe nacional (no era para menos), pero dado el apoyo que manifestó al líder checo Alexander Dubcek (quien buscaba reformar el comunismo imperante en el país), fue expulsado del partido comunista, impedido de competir en pruebas internacionales y relegado a labores como barrendero para subsistir junto a su esposa, una destacada lanzadora de jabalinas.
Un libro que en lugar de dejarme agotado y con la lengua afuera, me ha dejado –tal como ocurre cuando me echo a dar vueltas al parque del Retiro corriendo- cargado de energía, con las pilas nuevas, con ganas de más.

jueves, 21 de octubre de 2010

el humor, el buen gusto

Transcrito de un podcast:

“Hay gente que está dispuesta a aceptar que no es demasiado inteligente, se dan cuenta que hay otras personas que lo son más o que, en todo caso, tienen más conocimientos o una capacidad argumentativa o intelectiva mayor que la suya, también hay personas que aceptan ser no muy agraciadas -por no decir directamente feas- y se quejan y si están a disgusto pues se operan y esas cosas y, en cambio, es muy raro pero casi nadie acepta que no tiene sentido del humor –todo el mundo cree tenerlo- ni que tiene buen gusto. Es algo curioso, quizá no se acepta porque la inteligencia y la belleza no dependen mucho de uno mismo, son cosas que en parte se heredan –aunque se puedan mejorar-, y en cambio quizá el buen gusto y el humor la gente piensa que depende de uno mismo el tenerlo o no y por eso no se acepta que uno carezca de ellos”.
JAVIER MARÍAS

two lovers

De los estrenos vistos en lo que va del año en Madrid, hay uno que no olvidaré, que me remeció y emocionó como ningún otro: Two Lovers, de James Gray (es de 2008, pero acá la pusieron en la cartelera hace sólo unos meses).

El inmenso Joaquin Phoenix y Gwyneth Paltrow como su fantasía inalcanzable

“Veo el cine como un maratón, no como un sprint. Una carrera de fondo sobre una distancia muy larga. No me interesa la moda. Mi sueño sería hacer películas que se pudieran ver, comprender y sentir en cincuenta años. Los clichés y los efectos de moda desaparecen con los años, una vez borrado el contexto cultural. Alguien le preguntó a Duke Ellington qué tipo de música escuchaba. What kind? There’s the good kind, and then there is the other kind. Lo único que importa es la autenticidad de las emociones. La película que más me gusta de Tarantino es Jackie Brown: se siente que ama a Pam Grier, admiro esa toma de posición ética y estética.”
JAMES GRAY (Two lovers)


“James Gray nos recuerda que el incumplimiento del deseo siempre desemboca en lo trágico y que la promesa de seguridad familiar no esconde más que la afirmación de un tenso juego de apariencias entre lo que pretendimos ser y lo que acabamos siendo”.
ÁNGEL QUINTANA (Cahiers du cinema)

miércoles, 20 de octubre de 2010

un documental actual y un musical clásico

Dos películas vistas recientemente: el -¿falso o verdadero?- documental de Bansky, Exit Through the Gift Shop, recién estrenado, y Bathing beauty, el emblemático musical de la MGM de 1944.

La obra de Banksy, sus grafitis, han convertido al inglés en un artista de culto: sus pintadas en las murallas cuestionan la autoridad, el orden establecido, el libre mercado y todo lo que huele a sociedad de consumo o sistema oficial; además, del autor no sabemos más que su nickname con el cual firma sus efímeras obras, que desde su nacimiento están condenadas a desaparecer, a durar menos aún que los anuncios publicitarios callejeros con que estos grafitis muchas veces juegan a confundirse.
Se publicaron libros con fotografías de estas intervenciones, se estamparon camisetas y se reprodujeron cuadros y posters, pero nada sabemos de Banksy, sólo su contracultural propuesta, que mezcla la plástica, el ingenio, la denuncia, el hecho de ser y estar al margen de la ley, el pop y, last but not least, el humor. Su anonimato, el enigma de su identidad, en todo caso, se mantiene en Exit Through the Gift Shop(cómo no si es prácticamente su marca registrada), donde ni siquiera consta que sea él quien hace el filme; eso sí, se narra el proceso de trabajo de éste y otros artistas callejeros similares, que rayan en la marginalidad del grafitero común y corriente, ese que afea calles con absurdos jeroglíficos de aerosol, pero que en este caso poseen una intención distinta y aspiran a un modo de expresión artística, más allá del mero vandalismo.
Un frustrado director de documentales devenido en artista pop, como protagonista, es el hilo conductor de la historia, y quizá el máximo acierto de la misma, pues a través de él se plantean los cuestionamientos de fondo que hay en la propuesta grafitera original, además de funcionar como contrapunto con el propio Banksy y ofrecer pasajes de bastante hilaridad, lo que sin duda salva a este largometraje de caer en la solemnidad de la cual, por cierto, se ríe en todo momento.


Y este domingo, en la filmoteca de Madrid, pasaron Bathing beauty, todo un referente de los musicales acuáticos y el que hizo famosa a la bella Esther Williams y sus coreografías acuáticas.
Un technicolor recién inaugurado para la época, sketches de humor blanco que hacen estallar de risa al público, espectaculares bailes y la magnífica orquesta del admirable Harry James, disparatados enredos, romance, canciones en medio de parajes y escenografías sorprendentes, muchachas guapas y curvilíneas en bañadores, mucho jazz big band de primer nivel, exotismo, movimientos de cámara y encuadres tan inverosímiles como fantásticos son algunos de los elementos de esta magnífica película, evasión pura y dura, para verla decenas de veces. A mi lado un anciano con la barbilla apoyada en su bastón miraba embelesado las imágenes, seguramente transportado hacia rincones de su pasado.
La proyección acabó con una salva de aplausos y todos sonriendo, felices a la salida del cine. ¿Qué más se le podría pedir a un domingo por la noche? Hoy la pasan de nuevo y por última vez en la filmoteca (a las 22 hrs).

martes, 19 de octubre de 2010

abandonos

Un buen día –o malo, según se mire– dejó el tabaco, su trabajo, a su mujer y su casa, en este orden. Sin embrago, no se fue a otro país, ni siquiera a otro barrio. Alquiló un apartamento pequeño a pocas calles de donde vivía. La que se fue, fue ella, dolida e incapaz de comprenderlo. De ella, nadie volvió a saber. A él, en cambio, se lo veía dar paseos y hacer la compra como si nada, pero jamás llegó a dar una explicación y a nadie le interesó el tema una vez transcurrido cierto tiempo. Cuando lo conocí me cayó bien, me dijo que se iba de viaje y yo estaba buscando adónde irme a vivir junto a mi novia. A la semana siguiente me enteré de su muerte. Yo dejé el tabaco, mi novia me dejó a mí y el barrio me gusta cada día más.

calle en mi barrio, Lavapiés

el conflicto

Lo importante es plantearse el conflicto, aún cuando no sea para solucionarlo (a veces esto último no se puede), pero cabe el deber de disentir en todo momento, hasta en los momentos felices, porque esa es nuestra naturaleza.
Si aspiramos a la felicidad, es porque antes de ella nos embarga, no necesariamente la desdicha, pero sí al menos la insatisfacción, que es un motor o un veneno paralizante, dado el caso. Por este motivo es que, en principio, nos parece repudiable la ausencia de cualquier cuestionamiento ante determinados actos, ya que, por otra parte, es lo que nos diferencia de los animales, quienes no actúan según una moral ni de acuerdo a nociones de valor como el bien y el mal que merezcan ser cuestionadas, por lo tanto no pueden –no saben- arrepentirse: pueden sentir frustración o incluso tristeza, pero no culpabilidad. De nosotros, los humanos, en cambio, se espera que actuemos a partir de decisiones –no basta el instinto- cuyas consecuencias nos enorgullecerán o, por el contrario, nos avergonzarán. Que seamos concientes de lo que hacemos, se nos pide. Pero la conciencia es tan elástica que, con pasmosa autoindulgencia, a veces, la manejamos en función de lo que nos conviene o acomoda si nadie nos hace rendir cuentas de nuestros actos.
Valgan estas palabras para dar por inaugurado este blog.