miércoles, 21 de septiembre de 2011

libros leídos (1)



En Madrid continúan las huelgas y se dejan sentir las primeras ventoleras otoñales. Miles de profesores y alumnos en las calles del centro protestan en favor de la educación pública. Como ocurre en Chile, pero muy distinto.
En el Retiro, las primeras hojas secas caen copiosamente de las copas de los árboles: una lluvia de hojas.

Y yo leo algunos libros que traje de Chile.
De autores chilenos, mayormente.
Libros como Sobre cosas que me han pasado, de Marcelo Matthey Correa, el bello y extrañísimo e irrepetible libro editado por la idem editorial Los Libros que Leo. Se trata de dos diarios que, en total, abarcan anotaciones desde 1987 a 1989. En ellas el autor se recrea en una serie de asuntos cotidianos, más bien anodinos, que son los que parecen componer su vida durante ese período, un período especialmente revuelto a nivel social y político en Chile, a pasos de recobrar la democracia después de 17 años de militares o a pasos de un nuevo golpe de estado o dios sabe a pasos de qué: no era posible hacer pronósticos confiables por aquellos días, y Matthey no los hace. En su lugar va la playa, da largos paseos por el centro de Santiago, entra a bibliotecas públicas y lee, va al cerro San Cristóbal cuando está vacío, ese tipo de cosas, las que ocurren cuando no ocurre nada, las que se llevan las horas muertas.

No es un libro -está claro- con demasiada acción. Menos aún con intriga. Pero tiene tono. Tiene una voz que se queda como reverberando en medio de la ciudad. Son tan pueriles las cosas que se cuentan, y contadas de forma tan primitiva, que se revelan en su contrario exacto: en su esencialidad, sobre todo cuando el lector se ve obligado a completar con su propia experiencia los espacios y situaciones descritas, cuando su voz, la de Matthey, a ratos, pasa a ser la de uno mismo.

Copio un par de entradas de sus diarios (correspondientes al año 1988):

“26 de septiembre
Me acuerdo de que durante mi viaje de ida a Antofagasta el bus paró en Huentelauquén como una media hora más o menos. La mayoría de los pasajeros aprovecharon de almorzar, pero yo preferí no comer nada, y mientras tanto caminé un poco hacia el mar.
En toda esa parte había más que nada dunas, algunas casas y muy poca gente. Por eso, casi lo único que se escuchaba era el viento.
Atravesé un hilito de agua, donde había un burro bebiendo, seguí hasta una duna alta y desde arriba miré hacia todos los lados. Me quedé un momento ahí. Tuve luego la sensación de estar cerca de conocer algo, así que me quedé un poco más. Pero no pasó nada.
Después volví y como a las cuatro seguimos el viaje.


“29 de septiembre
Después de la siesta salí a caminar. Al llegar a Blanco me fui por la vereda del Club Hípico, en dirección a Bascuñán, y seguí casi hasta la calle Conferencia. Pasé un momento a la iglesia que está por ahí; me senté en el penúltimo asiento y escuché un poco de la misa. Mientras estuve sentado me pasó algo parecido a lo de Huentelauquén, cuando me puse en la duna alta.

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