viernes, 27 de abril de 2012

romanticismo alemán (in den tag hinein)

Correr en círculo, intentar escapar del control y el temor al aburguesamiento son algunos síntomas que acusan estos personajes: seres que sucumben ante el aparente abanico de libertades que se les ofrece más que ante el examen de autoconciencia colectiva propio de ese otro y más conocido cine germano obsesionado con el pasado bélico y el discurso grandilocuente políticamente correcto.

Pero el nuevo cine alemán o, más bien, el de la llamada Escuela de Berlín, opera al revés, es realista y estilizado como cierto cine oriental de corte minimalista, y por lo visto -por lo leído, sobre todo, ya que dentro y fuera de Alemania su difusión ha sido exigua o limitada a festivales independientes- tampoco es tan nuevo. Sus orígenes están en medio de los noventa y se desarrolla durante los dos mil.

A este período precisamente corresponde -además de, según creo, capturarlo- el primer largo de María Speth, In den Tag hinein (2001), cuya traducción sería “Entrado el día” o “Bien adentro del día” o “En el fondo del día” aun cuando en inglés se simplificó como The days between. El dato no es superfluo pues no por nada buena parte del filme transcurre a esas horas cuando todavía no es de noche pero tampoco de día: la hora azul o mágica, que puede ser poco antes de que amanezca o de que anochezca, y es cuando los jóvenes protagonistas –dos adolescentes tardíos– discurren y juntan sus soledades, estirando las horas del día o la noche hasta transformarlas en un tiempo fantasmal y perfecto para que tengan lugar sus citas.


Lynn (Simone Timoteo) reside en el departamento de su hermano junto a la familia de éste: su esposa y sus dos hijas. Vive en una habitación y en el cuarto de baño más que en la casa misma. Trabaja de cajera en un comedor universitario y de go go dancer en un club. En la medida que se distancia de su novio, un pragmático y frío nadador más interesado en entrenarse que en ella, conoce a Koji (Hiroki Mano), un estudiante japonés que apenas habla alemán pero con quien dará paseos en bicicleta, robará en un centro comercial y se emborrachará mirando los aviones; con él compartirá un sentido de libertad y ligereza que no logra con los demás. Koji, por supuesto, se enamora de ella, y su éxtasis (ilustrado en un notable y solitario baile al ritmo de Miles David mientras Lynn yace ebria en su cama al amanecer) se entiende a partir de una de las premisas de esta película: máximo de conexión con el mínimo de palabras o ninguna.

Por esto no es de extrañar que Lynn se comunique más y mejor con quienes no puede usarlas, con Koji, desde luego, o con una de sus sobrinas que es muda y con quien habla a través de señas, transformando los silencios, el silencio, de pronto, en una extraña forma de comunión al mismo tiempo que la alejan de su vida real sujeta a responsabilidades y compromisos, sumiéndola finalmente en el fondo de sí misma.

Maria Speth, la directora, comprende lo que enunció como dogma artístico Vladimir Nabokov: “en el arte elevado y en la ciencia pura el detalle lo es todo”, y acentúa la condición de su heroína al mostrarla tras el reflejo de vidrios o frente a espejos quitándose el maquillaje o metida en la bañera donde flota -languidece- a diferencia de su novio que nada a toda velocidad. Y así, vía planos largos que se suceden como los días, con y sin aparente sentido, una minuciosa observación y un preciso control del ritmo que impone al espectador un nivel de atención suficiente como para implicarlo (o aburrirlo según la paciencia y concentración de éste), sabemos de Lynn y asistimos a sus tribulaciones y adolescencias que, en lugar de conducirla hacia una posible adultez o estabilidad emocional, la sitúan en un punto muerto, en un callejón sin salida frente a un mundo al que siente que tiene que rendir cuentas aun cuando ni siquiera crea en él.


La insularidad, la rabia de Lynn con respecto a su contexto tiene que ver con una forma de rebelión al sentirse atrapada en el presente antes que en el pasado, como ocurre con los personajes de aquel cine alemán contemporáneo pero con los ojos puesto en la Historia con mayúsculas, presupuesto holgado y moral autocompasiva y exportable cuyos ejemplos más plausibles son La caída o La vida de los otros, dos muestras recientes de cine ajustado a lo que se espera fuera e incluso dentro de Alemania -a juzgar por la taquilla- del cine alemán.

La película de Speth, pese a su enorme contemporaneidad, en este sentido, comparte más rasgos con ese género literario tan alemán que es el romanticismo de fines del siglo XVIII: la prevalecencia de los sentimientos sobre la razón y la técnica, la melancolía, la búsqueda de libertad versus el aislamiento, el amor y la muerte, la desesperación existencial del individuo frente al choque que le supone la realidad y la preferencia por paisajes naturales que den cuenta de sus tumultuosos sentimientos, que en este caso son urbanos, impersonales y berlineses, paisajes de cemento donde Lynn y Koji se acompañarán en eventos nada extraordinarios pero dotados de una gran carga emocional, que es lo que se resalta finalmente en cada plano. ¿De qué otra cosa -parece decirnos la directora- puede servir una historia si no es para dar cuenta de las emociones humanas?

En In den Tag hinein además las provoca.


*por cierto, se puede ver (gratis) aquí.

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